lunes, 4 de noviembre de 2013

NADIE SE ACUERDA DE CLEMENCEAU


Algunas reflexiones sobre las evaluaciones y la necesidad de evaluar



Acabo de leer un trabajó de Gary Brown que comienza con una cita de Poincaré que ya había leído alguna vez.

-Poincaré –me digo, recordando un libro que leí hace relativamente poco tiempo sobre la Conferencia de París de 1919 – El presidente francés…¿Pero por qué opina de ciencia?

Claro, porque no es el presidente francés, sino su primo, el físico, como me revela Wikipedia. Y tampoco después de todo eran de Poincaré las cosas que yo creía recordar, sino de su más recordable primer ministro, Clemenceau.

Algo desilusionado por mi adelgazada memoria comienzo la lectura del artículo que sigue a la cita. Brown señala muy a propósito que el aprendizaje es más complejo que el mero recuerdo. ¿Pero qué es lo que finalmente uno recuerda de lo que aprende? ¿Cuánto es lo que debemos recordar? ¿Qué cosas merecen ser recordadas? Comparto este curso con varios compañeros de la Facultad de Farmacia y Bioquímica. Me atrevo a decir que todos deben haber sido buenos estudiantes y son hoy docentes en la Facultad. ¿Se atreverían a responder el final que se toma en otra materia? ¿Qué nota nos sacaríamos? ¿Cambia eso nuestras competencias?

Barbera habla en su trabajo de la multidimensionalidad de la evaluación, sin embargo mi vida como estudiante fue unidimensional. A pura memoria, tanto en los nombres de las 100 especies botánicas como en el mecanismo de los problemas de fisicoquímica. Recordar el nombre latín o recordar como poner los números en la fórmula. Unas y otras fueron totalmente olvidadas, como Clemenceau.

Algunas pocas cosas sin embargo se recuerdan, vaya uno a saber por qué. Y ya que estamos acá vamos con mi pasado en la carrera docente en la facultad. Me acuerdo, por ejemplo de una idea de un filósofo de la educación, Fenstermacher, que decía que con el tiempo los alumnos aprendía a “estudiantar”, definiendo este neologismo como la serie de conductas y tareas que tenían que hacer para aprobar materias y pasar felizmente por una institución, algo que era más que solo estudiar. Esto puede ser visto como una conducta reprobable, algo así como estudiar para zafar, pero es absolutamente necesario. Es nuestro propio comportamiento cuando somos alumnos: No todo nos interesa, somos los que finalmente terminamos haciendo una última selección de los contenidos. ¿Podemos reprobarlo en nuestros alumnos? Es especialmente aplicable a la evaluación. El alumno puede adaptarse a distintos tipos de evaluaciones, aprobarlas sin mayor gasto. Si hacemos un choice se la vamos a dejar fácil, pero aún una evaluación más elaborada puede ser superada por un alumno con oficio, dejando una huella mínima en su aprendizaje.

Marilina Lipsman (hola Marilina, disculpen, pocas veces cito a un autor que conozco) señala varios enfoques de la evaluación. Nadie, creo, osaría defender a un choice como la mejor alternativa evaluativa. Decididamente el registro de una wiki o el asistir a un alumno en la realización de un trabajo sobre la materia será mucho más enriquecedor. ¿Pero es solo por la metodología de evaluación en sí que es mejor? Hacer un par de preguntas verdadero-falso es también mucho más fácil y probablemente el docente que haya optado por esta técnica también haya ahorrado esfuerzos en muchos otros aspectos de la enseñanza.

Para ser justo, a pesar que todas las evaluaciones de mi carrera fueron solo evaluaciones del aprendizaje (y no para, como o desde y todas las preposiciones que puedan proponer) tuve muchos docentes que se preocupaban para tratar de que aprenda. Y pongo un ejemplo. En el primer año de la facultad fui un día muy desesperado a consultar una duda al profesor de matemática. No era el horario de consulta y cuando toqué el timbre de la Cátedra justo salía con su maletín para irse. Miró el reloj algo contrariado, me metió para adentro y me dio una clase de quince minutos en un pizarrón que tenía junto a su escritorio. La evaluación de matemática no era muy distinta a las demás. ¿Importa?

Años atrás veíamos a docentes con carpetas donde guardaban sus transparencias, ya poco transparentes por la edad, siempre las mismas. Hoy los archivos ppt no envejecen ni pierden color, pero igual su vejez se nota en la falta de entusiasmo que pueden transmitir, amargos, como somos los viejos. El docente que dedica tiempo a su práctica docente también se interesa en tratar de ver si sus alumnos aprendieron y por ahí creo que pasa el tema.

Acostumbrado desde mis primeros años como docente a clases masivas, y algunas veces más masivas, las nuevas materias optativas han traído a nuestra facultad la novedad de grupos muy pequeños, alumnos que uno termina conociendo uno a uno. Cuándo empezamos a pensar cómo íbamos a evaluarlos nos dimos cuenta que ya lo habíamos hecho.

Un exceso de afán evaluativo sino podría acercarnos de nuevo a Clemenceau. Durante la conferencia de paz de París trataron de asesinarlo. El atacante disparó seis o siete tiros a una mínima distancia pero no logró matarlo.

"Por supuesto este hombre debe ser castigado por el uso negligente de un arma peligrosa – solía decir - y por mala puntería. Sugiero que lo encierren durante ocho años, con una formación intensiva en un polígono de tiro".

3 comentarios:

  1. Hola Alfredo, tu reflexión me resultó significativa e interesante. Me despierta lo siguiente: la clave está en cómo pensamos lo educativo. Si educar al otro supone transmitir un cúmulo de información, nuestra evaluación está ya condicionada por esta concepción. En cambio, si aprender es comprender algo, lo cual supone poder usarlo / aplicarlo, esto cambia no sólo la forma en que vamos a evaluar, sino toda nuestra propuesta de clase. Y si comprender algo es hacerlo significativo para uno, más potente aún es la propuesta. Y creo que en base a esto, varias de las cosas que señalas comienzan a tomar otro color. Por ejemplo, ¿por qué recordamos unas cosas y no otras? ¿Será porque las aprendimos de forma diferente y fueron significativas para nosotros? ¿Nos proponemos esto? ¿No es difícil, con la evolución de la tecnología hoy, buscar información? ¿Y qué pasa con analizar, con poder cotejar, ver la validez de las fuentes? ¿Cuál es nuestra tarea, entonces?

    Y aquí va una reflexión sobre el tema de responder los finales de otras materias. En mi caso, te respondería, dependen de cómo sea: si me van a preguntar por una información que está en la página 4, renglón 3 del párrafo 2, te aseguro que no me animo. Pero a otro tipo de examen, si, ¿por qué no? Y esto, además, lleva a la concepción que tenemos sobre la evaluación: ¿es tan sólo para acreditar o además la pensamos como parte del proceso de aprendizaje? Pues si lo segundo está habilitado (que nos vuelve a llevar a nuestra concepción sobre el aprendizaje), hasta sería una instancia muy buena para mí, que me encanta conocer.

    Y me pregunto, ¿la postura de los alumnos no tiene ninguna relación con nuestras propuestas? Y vuelvo sobre el tema de cómo pensamos el aprendizaje, ¿no se trata de una relación? ¿A qué invitamos a ese alumno? Por supuesto, que luego habrá particularidades y podemos encontrar personas a las cuales no les intereses nuestras propuestas, pero ¿los invitamos a que se interesen por el conocer, a que además de “tener” que aprobar puedan meter su subjetividad en el proceso y hacerse preguntas y desde ese interés dialogar con lo que nosotros buscamos trabajar? Creo que está bueno que no todos nos interesen, el problema es, ¿eso está habilitado en nuestras propuestas? Y una pregunta clave, que creo que está en todo tu texto: ¿qué es aprender? ¿Qué quiero que los alumnos aprendan?

    Luego, como señalaba, para mí la reflexión sobre lo evaluativo no puede limitarse a la “herramienta” como vos señalas. Para mí el tema no está en el choice, sino en la concepción que impulsa el Choice y que influye en todo el proceso (y no sólo en esa instancia final). Esto, salvo que seamos muy contradictorios y tengamos un tipo de clase y otra forma de evaluar (que aparece en el texto de Lipsman como posibilidad y seguro lo vivenciamos en algún momento de nuestra propia formación).

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  2. Hola Alfredo, cuantos recuerdos!!
    Cuando comencé a leer tu post, donde mencionabas que nuestra vida como estudiantes transitó a pura memoria, en ese mismo momento me vino a la cabeza, tal como lo citabas en el renglón posterior, la cantidad de nombres en latín que debíamos recordar en Botánica!! Era una lista verdaderamente interminable!
    Y también, al igual que vos lo haces, me pregunto, por qué algunas cosas recordamos…
    Aunque no lo creas, aún dan vuelta en mi cabeza, algunos nombres de Botánica, que nunca más usé en mi vida profesional, ( y que cuando voy a la verdulería tampoco puedo aplicarlo pidiéndole al verdulero un kilo de Cucurbita pepa!!!!!) pero ahí están…

    Coincido también que en nuestros exámenes, sólo eran evaluaciones (evaluaciones o exámenes?) de contenidos.
    Creo que hoy debemos tomar todo este camino transitado como experiencia enriquecedora: todo lo vivido como estudiantes, nuestro paso por la carrera de grado, la experiencia profesional, las vivencias y aprendizajes de la investigación y algunos añitos más que ellos, que nos permiten saber que queremos que aprendan nuestros estudiantes.
    Tener claro no solamente qué contenidos deben llevarse de nuestra materia, sino con que competencias se deben ir.
    ¿Pretendemos un alumno memorístico que repita nombres o fórmulas que tiene almacenadas en su memoria o un alumno que pueda hacer un recorrido por lo aprendido y entienda por qué tomar un camino u otro para arribar a una hipótesis o una solución?
    Parte del cambio está en nuestras manos y creo que somos muchos los que nos planteamos esta necesidad.

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  3. Estoy plenamente de acuerdo que la memoria es la que se ubica en el escalón más bajo de las habilidades, competencias y capacidades que debemos evaluar en nuestros estudiantes. Pero considerar su presencia en mínimas proporciones no significa eliminarla del todo. Quizás es prioritario evaluar otras dimensiones del conocimiento, modificar los componentes de evaluación. De acuerdo al campo disciplinar será la composición y las prioridades. No creo de todos modos que alguno de los aspectos pueda ser eliminado por completo.
    En la actualidad comprendemos que evaluar es complejo. Por un lado por la cantidad de capacidades que son sujeto de evaluación. Por otro lado por los nuevos paradigmas que se han generado sobre evaluación que dan origen a modos y criterios de alta diversidad. Finalmente por la aparición de nuevas y múltiples herramientas que están a nuestra disposición para construir los instrumentos de evaluación. La construcción de instrumentos de evaluación, la elaboración de criterios para evaluar, tener una matriz de evaluación adecuada, seleccionar la técnica apropiada para lo que queremos evaluar, en definitiva crear un programa de evaluación, todo esto se ha transformado en una nueva especialidad en docencia, ya de tanta relevancia como la creación de contenidos, como el diseño instruccional, planificar las acciones para el aprendizaje mantiene un equilibrio y dialoga en forma continua con el diseño del programa de evaluación. Construirlas en forma correcta tiene un nivel de dificultad muy alto. Incluso diseñar un muy buena evaluación cerrada requiere una preparación y una experiencia muy fuerte, la dificultad de esta labor es altísima, sólo de esta forma logrará su objetivo en forma satisfactoria. Teniendo en cuenta esto no hay técnica ni modalidad descartable. Cada una responde a su especificidad, a su momento, a su fin propio, a una función determinada. Debemos considerar esta multiplicidad y complejidad para que nuestros estudiante sean evaluados en forma diversa, creativa.

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